Iglesia el la Casa

lunes, 14 de diciembre de 2015

SE PUEDE VIVIR LA FE EN EL MUNDO ACTUAL?

¿SE PUEDE VIVIR LA FE EN EL MUNDO ACTUAL?

Hoy, para muchos cristianos, vivir la fe en medio del mundo es todo un reto.  Nunca faltan ocasiones que nos ponen a prueba y exigen de nuestra parte coherencia y valentía para manifestar al mundo lo que creemos.  Vergüenza, temor, incomodidad, y muchas otras experiencias humanas a veces nos impiden vivir según quienes somos verdaderamente.  En medio de un mundo cargado de manifestaciones de una “cultura de muerte” los cristianos tenemos el reto de vivir con coherencia nuestras promesas bautismales para así iluminar, con el resplandor de la fe en Cristo, a un mundo que parece perderse en las tinieblas de la incredulidad.
El cristiano es una persona de fe.  No se puede ser cristiano sin haberse encontrado con Cristo, pues cristiano es quien es “de Cristo”, quien ha sido signado con su sello indeleble en el agua del Bautismo.  Nuestra fe nace de un encuentro con el Dios vivo manifestado en Jesucristo Nuestro Señor.  Dios nos llama y nos revela su amor para que vivamos con seguridad y sepamos sobre quién hemos construido nuestra propia vida1. 
Cuando queremos cimentar nuestra vida sobre el amor de Dios entendemos que la fe no puede ser algo accesorio.  Lo accesorio, en el fondo, es un añadido que puede estar o no presente, sin alterar lo importante.  Con la fe no es así.  La existencia del cristiano debe estar fundada en Dios, en Aquel que nos ha concedido el don de la fe y al que respondemos con la adhesión sincera y coherente de la propia vida. 
Cuando entramos a un cuarto que está a oscuras, al principio es poco lo que podemos ver.  Incluso cuando nuestros ojos se acostumbran a la oscuridad, no logramos ver con claridad lo que hay.  Todo cambia cuando abrimos las cortinas y ventanas, o encendemos la luz.  Entonces todo queda iluminado, y podemos ver con claridad.  De manera análoga, la luz de la fe ilumina nuestra existencia.  La fe ilumina todo el hombre: su inteligencia, su voluntad, sus afectos, sus emociones, su historia, sus anhelos, su futuro definitivo. 
Así como no hay nada en el hombre que la luz de la fe no ilumine, sería absurdo pensar que puede haber sólo “una parte de mí” que es cristiana.  El encuentro con Dios es total y, por tanto, es toda la persona que se encuentra con Dios y a quien Dios transforma.  Por eso creemos en Dios con la mente, nos adherimos a Él con el corazón y buscamos vivir según sus enseñanzas en la acción. 
De igual modo, la fe «ilumina también las relaciones humanas, porque nace del amor y sigue la dinámica del amor de Dios.  El Dios digno de fe construye para los hombres una ciudad fiable»2.  No hay realidad humana que sea ajena a la fe, pues el amor de Dios ilumina todo lo existente.  Es por ello que, no sólo el hombre, sino también toda la realidad encontrará en Dios su sentido último: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida»3.

EL MUNDO ACTUAL

El tiempo actual podríamos describirlo como un tiempo lleno de contrastes y contradicciones.  En algunos lugares del mundo se ha dado pasos hacia una mayor fraternidad, solidaridad y reconciliación.  Hoy son muchos los que velan por el respeto de los derechos humanos, por la libertad religiosa, por la solidaridad con el más necesitado, por la paz mundial, por el cuidado de la creación.  En distintas partes del planeta van floreciendo innumerables “signos de esperanza” que permiten soñar un mundo mejor.  Pero también sabemos que, como ha afirmado el Papa Francisco, con frecuencia los hombres se dejan guiar por ideologías y lógicas que vienen dictadas «por el egoísmo, el propio interés, el lucro, el poder, el placer, y no son dictadas por el amor, por la búsqueda del bien del otro»4.
También vemos que hay muchos cristianos inmersos en un agnosticismo funcional donde, aunque dicen creer en Dios, viven como si Dios no existiera.  Esta triste realidad crea una profunda ruptura entre la vida cotidiana del cristiano y la fe.  Así muchos son “cristianos” en la vida privada, pero en lo público son hombres y mujeres “del mundo”, viviendo según el mundo y no según Dios.  Cuántas veces, lamentablemente, estas personas en nada se distinguen de quienes viven de espaldas a Dios. 

LA IGLESIA NO ES INDIFERENTE AL MUNDO DE HOY

La Iglesia no se cansa de repetir que los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo5.  Ello requiere, sin embargo, que los bautizados no reduzcan su fe a la vida privada.  No se puede ser una persona ante Dios y otra ante los hombres, y la Iglesia —que somos todos los bautizados— requiere ese compromiso que alcance todos los rincones de la vida.
Estando llamado a vivir en medio del mundo, el cristiano debe permitir que su fe impregne toda su existencia para que pueda iluminar con la luz de Cristo a cuantos viven en tinieblas: «Ustedes son la luz del mundo.  No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.  Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.  Brille así su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos»6.
Estando en medio del mundo, la vida del cristiano se ve iluminada con el testimonio que el mismo Señor Jesús tuvo en medio de nosotros: «Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas.  Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo»7. Las palabras del Seños nos invitan a vivir nuestra fe sin miedos, y sin caer en la tentación de diluir aquellos aspectos que son particularmente signos de contradicción en nuestro tiempo. 

SER SIGNOS DE CONTRADICCIÓN EN EL MUNDO ACTUAL

Vivir en medio del mundo, sin ser del mundo, es un llamado exigente.  Sabemos que como Iglesia nada de lo humano nos es ajeno y, por tanto, debemos procurar que la luz de Cristo ilumine cada rincón del mundo y la vida de las personas.  Cuántos hombres y mujeres viven en tinieblas en nuestras ciudades, tan cerca de muchos cristianos, y esperan ansiosos la salvación de Dios.  Y cuántos otros por prejuicios, por sus propios pecados, o por el mal testimonio de algunos cristianos, ya no quieren recibir el Evangelio de Reconciliación. 
Es por ello que el cristiano no sólo debe vivir su fe en el mundo actual, sino que debe hacerlo integralmente: pensando como cristiano, sintiendo como cristiano y actuando como cristiano.  Eso nos llevará, muchas veces, a ser signos de contradicción.  Debemos recordar las palabras que el mismo Señor Jesús dirigió a sus discípulos: «Les he dicho estas cosas para que tengan paz en Mí.  En el mundo tendrán tribulación.  Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo»8.
A pesar de los retos, no debemos temer pues sabemos que en Cristo tendremos la victoria.  Sigamos las palabras que el Papa Francisco ha dirigido a los jóvenes exhortándolos a ir contracorriente: «No tengan miedo de ir a contracorriente, cuando nos quieren robar la esperanza, cuando nos proponen estos valores que están pervertidos, valores como el alimento en mal estado, y cuando el alimento está en mal estado, nos hace mal.  Estos valores nos hacen mal.  ¡Debemos ir a contracorriente!  Y ustedes jóvenes, son los primeros: Vayan a contracorriente y tengan este orgullo de ir precisamente a contracorriente»9. 
Así como el Señor nos invita a no tener miedo, nos llama también a prepararnos para ser sus testigos y perseverar hasta el fin.  Nos pide una vida espiritual sólida, nos alienta a recurrir con frecuencia a los sacramentos, nos señala el horizonte de la amistad en Cristo para caminar junto a otros hermanos y hermanas en la fe por el camino de la santidad.  Conocer y estudiar la fe, saber las razones que fundan nuestra esperanza, comunicarla y explicarla con la conciencia del hermoso don que tenemos, son también actitudes que hoy el mundo necesita y anhela con urgencia, aun cuando muchas veces no lo reconozca.  Como decía el Papa: «¡Adelante, sean valientes y vayan a contracorriente!  ¡Y estén orgullosos de hacerlo!»10.

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