Iglesia el la Casa

lunes, 14 de diciembre de 2015

LA NAVIDAD, UNA CELEBRACIÓN DE FE Y AMOR

LA NAVIDAD: UNA CELEBRACIÓN DE FE Y AMOR

Como todo fin de año, nos encontramos en el tiempo de Adviento y preparándonos para celebrar la Navidad.  En esta oportunidad el comienzo de este tiempo litúrgico ocurre poco después de haberse concluido un año dedicado a estudiar, profundizar y vivir mejor los contenidos de nuestra fe.  Al iniciarse este periodo el Papa Benedicto XVI había invitado a tener la mirada fija en Jesucristo, en quien «encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano»1.  «La alegría del amor —añadía—, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación»2.
Todo bautizado que procura celebrar en su sentido auténtico la Navidad recordará precisamente que en ella festejamos la Encarnación del Hijo de Dios y su nacimiento del seno de María Virgen.  Nos alegramos de la presencia del Señor entre nosotros, y procuramos vivir esta celebración de fe sobre todo con nuestras familias y personas más cercanas.  Al profundizar en el sentido de la Navidad, sin embargo, descubrimos que ella no puede sólo iluminar unos días del año, sino que debe prolongarse más allá de este tiempo y alcanzar toda nuestra vida.  Como decía el Papa Francisco: «¿Pensamos que la Encarnación de Jesús es sólo algo del pasado, que no nos concierne personalmente?»3

 LA ENCARNACIÓN

 Las palabras del Papa Francisco nos llevan a reflexionar acerca de cómo aquello que nos enseña la fe sobre el nacimiento del Señor Jesús, hace más de dos mil años en Belén, ilumina nuestro peregrinar terreno.  Puede ser, como nos ocurre a veces con tantos asuntos de importancia, que nos hemos acostumbrado a celebrar la Navidad, incluso con auténtico espíritu de fe, pero sin llegar a sopesar los alcances que tan gran misterio tiene para toda nuestra vida.  «“El Verbo se hizo carne” —explicaba el Papa Benedicto XVI al respecto— es una de esas verdades a las que estamos tan acostumbrados que casi ya no nos asombra la grandeza del acontecimiento que expresa»4
El acontecimiento, en primer lugar, nos puede llevar a fijar la mirada en la centralidad del Señor Jesús en nuestras vidas y en la maravillosa luz que arroja sobre los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar.  Nos ilumina acerca de nuestra relación con Dios, nos permite comprender nuestra identidad, y nos ayuda a ver el horizonte de plenitud y reconciliación al que estamos llamados.  La Navidad «recuerda esa verdad fundamental de salvación.  No es una realidad pasada, sino un acontecimiento dinámico que, ocurrido hace dos mil años, se despliega a través de la historia, con la fuerza de su permanencia vivificante, reconciliadora.  Por ello, debemos recordar que “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”»5.
Por eso, si bien el nacimiento del Señor Jesús lo celebramos una vez al año, también es verdad que podemos procurar vivirlo más allá de este tiempo, para que todos los días sean Navidad.  Esto nos recuerda, en cierto modo, lo que señalaba San Bernardo de Claraval cuando afirmaba que entre la primera venida de Cristo en Belén, y la última venida gloriosa al final de los tiempos, existe una tercera venida, espiritual, cuando llega cotidianamente a aquellos que guardan la Palabra de Dios.  «Si guardas así la palabra de Dios —explicaba— es indudable que Dios te guardará a ti.  Vendrá a ti el Hijo con el Padre»6.
Al dejarnos iluminar por estas palabras de este gran santo cisterciense podemos comprender que es posible que todos los días nazca el Señor en nuestro corazón y haga morada en él.  Para ello, recurrir a los sacramentos, la vida de oración y la práctica de la caridad son medios excelentes que nos permitirán romper las durezas y abrir nuestro corazón disponiéndonos mejor para recibir al Señor que quiere habitar en nosotros. 
El Papa Francisco hizo una relación muy iluminadora entre la Encarnación del Señor y los sacramentos que recibimos cuando decía: «Con su Encarnación, con su venida entre nosotros Jesús nos ha tocado y, a través de los sacramentos, también hoy nos toca; de este modo, transformando nuestro corazón, nos ha permitido y nos sigue permitiendo reconocerlo y confesarlo como Hijo de Dios»7.

LOS REGALOS

Uno de los aspectos que más caracterizan la celebración de la Navidad es la entrega de obsequios.  Un regalo es expresión de aprecio y simpatía, que hacemos de forma gratuita sin esperar nada a cambio.  Si lo pensamos bien, caeremos en la cuenta de que la idea de donación está, en este sentido, en el centro de la Navidad, y nos recuerda precisamente el don que dio inicio y da sentido a la Navidad: Dios que se hizo regalo para los hombres, asumiendo nuestra humanidad para darnos con amor gratuito e infinito la reconciliación. 
Cada año por esta época nos esforzamos para ofrecerle un regalo a aquellos que apreciamos.  Pero para que este gesto de cariño sea más profundo debemos procurar que esté acompañado por el compromiso de donarnos a ellos, de servirlos e incluso de perdonarles sus faltas y errores.  ¡Cuántas veces esto es muchísimo más significativo y necesario que un regalo material!  La celebración de la Navidad, y lo que significa el nacimiento del Señor, nos señala un horizonte grandioso de entrega que siempre podemos vivir. 
«En nuestro donar —decía el Papa Benedicto XVI— no es importante que un regalo sea más o menos costoso; quien no logra donar un poco de sí mismo, dona siempre demasiado poco.  Es más, a veces se busca precisamente sustituir el corazón y el compromiso de donación de sí mismo con el dinero, con cosas materiales.  El misterio de la Encarnación indica que Dios no ha hecho así: no ha donado algo, sino que se ha donado a sí mismo en su Hijo unigénito.  Encontramos aquí el modelo de nuestro donar, para que nuestras relaciones, especialmente aquellas más importantes, estén guiadas por la gratuidad del amor»8
Los regalos, por otro lado, nos recuerdan que la Navidad se celebra en comunión de unos con otros, en familia, en comunidad.  La fe, si bien la expresa cada uno como individuo, tiene una dimensión inherentemente comunitaria y es así como la vivimos en la Iglesia.  El espíritu de fraternidad y solidaridad que vivimos en la Navidad puede y debe prolongarse también más allá de estos días.

CUMPLIMIENTO DE LAS PROMESAS

La Encarnación del Señor Jesús nos recuerda que la acción de Dios no se queda en promesas.  Dios es fiel a ellas y las cumple en obras salvíficas.  El obrar de Dios, en efecto, «no se limita a las palabras, es más, podríamos decir que Él no se conforma con hablar, sino que se sumerge en nuestra historia y asume sobre sí el cansancio y el peso de la vida humana.  Dios no se quedó en las palabras, sino que nos indicó cómo vivir, compartiendo nuestra misma experiencia, menos en el pecado»9.
En la Navidad celebramos con inmensa alegría la fidelidad de Dios y su cercanía a nuestra vida.  La Encarnación es prueba maravillosa del inmenso amor de Dios por cada uno de nosotros, que se manifiesta día a día aun cuando muchas veces no nos damos cuenta.  Es, al mismo tiempo, invitación a responderle día a día, viviendo una fe no sólo de palabra o formas, sino integral y hecha vida cotidiana.  Cada día de nuestra vida puede hacer eco del gran amor que se nos muestra en la Navidad, asumiendo un compromiso de generosidad y entrega cotidiana en nuestro caminar hacia la perfección en la caridad. 

APRENDIENDO DE SANTA MARÍA

Abriéndonos a la acción de la gracia divina, avanzando por un camino de configuración con el Señor Jesús, vamos realizando el designio que Dios tiene para cada uno de nosotros.  Al celebrar la Navidad, al contemplar el rostro de Dios en aquel Niño recién nacido, podemos aprender a ver también el auténtico rostro de cada uno de nosotros, y hallar luces para nuestra vida.  En este sentido encontramos en Santa María, la primera y más perfecta discípula de Jesús, un modelo excelente de quien vivió todos los días de su peregrinar terreno a la luz del gran misterio de la Encarnación su Hijo.  Ella, como nos recuerda San Lucas en esos pasajes que relatan la infancia del Señor Jesús10, meditaba en su corazón acerca de las experiencias vividas, buscando comprender, interiorizar y vivir mejor lo que el misterio de la Encarnación significó para su vida. 

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