Iglesia el la Casa

sábado, 26 de diciembre de 2015

EL SACERDOCIO CRISTIANO

“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios,  para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9)

Invitamos al lector a abrir su Biblia y leer 1 Pedro 2:1-9. En este hermo­so pasaje, hallará tres vocablos en los que le rogamos que se detenga a meditar con nosotros por unos momentos. Son unas palabras de peso y poder: “viva”, “santo” y “real”, palabras que señalan tres grandes ramas de la verdad cristiana práctica, palabras que declaran a nuestro corazón un hecho que no podemos ponderar con la profundidad que se merece: que el cristianismo es una realidad viva y divina. No es una serie de doctrinas, por verdaderas que sean, ni un sistema de ordenanzas, por prescritas que estén, ni un cierto número de normas y reglas, por importantes que sean.

El cristianismo es mucho más que cualquiera de esas cosas y más que todas ellas juntas. Es una realidad viva, que alienta y habla, activa y pode­rosa, algo que debe verse en la vida de cada día, que debe sentirse, hora tras hora, en las escenas de la vida personal y familiar, algo que forma e influye, un poder divino y celestial, introducido en las escenas y cir­cunstancias en las que tenemos que movernos, como seres humanos, desde el domingo por la mañana hasta el sábado por la noche. No consiste en sos­tener ciertos puntos de vista, ciertas opiniones o principios, ni en ir a un lugar de culto o a otro.

El cristianismo es la vida de Cristo comunicada al creyente, en el que mora y del que fluye, en una infinidad de pequeños detalles que integran nuestra vida práctica diaria. No tiene nada de lo que huele a beatería o santurronería, sino que es algo cordial, puro, elevado, santo y divino. Eso es el cristianismo: Cristo morando en el creyente, y reproducido, por el poder del Espíritu Santo, en el curso práctico de la vida diaria del creyente.

Pero vayamos a nuestros tres vocablos. ¡Quiera el Espíritu Eterno decla­rar a nuestra alma su santo y profundo significado!

Tenemos primero el vocablo “viva“Allegándoos a él, como a piedra viva, rechazada en verdad de los hombres, mas para con Dios escogida ypreciosa, vosotros también, como piedras vivas, sois edificados” (1 Pedro 2:4-5, VM).

Aquí está lo que podemos llamar el fundamento del sacerdocio cristia­no. Es evidentemente una alusión a esa escena tan interesante de Mateo 16, a la que rogamos al lector que se vuelva por un momento. “Viniendo Jesús a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?1 Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas” (Mateo 16:13-14).

Había una especulación interminable, sencillamente porque no había un verdadero ejercicio de corazón respecto al bendito Salvador. Unos decían una cosa; otros, otra; y, como resultado, nadie se preocupaba de verdad sobre quién o qué era Él. Por eso, Jesús se desentiende de todas esas espe­culaciones frías, y hace a los Suyos la penetrante pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (v. 15). Deseaba saber lo que pensaban de él, qué evaluación habían hecho de él en sus corazones. “Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Diosviviente” (v. 16).

Aquí tenemos la confesión verdadera. Éste es el sólido fundamento de todo el edificio de la Iglesia de Dios y de todo el verdadero cristianismo práctico: “Cristo, el Hijo del Dios viviente”. No más sombras vagas, no más formas sin poder, no más ordenanzas sin vida, todo debe ser penetra­do por esta nueva vida, por esta vida divina y celestial que ha venido a este mundo y es comunicada a todos los que creen en el nombre del Hijo de Dios.

“Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (v. 17-18).

Ahora bien, es evidente que el apóstol Pedro se refiere a esa porción tan magnífica del capítulo 2 de su primera epístola, cuando dice: “Allegándoos a él, como a piedra viva, rechazada en verdad de los hombres, mas para con Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas [los mismos vocablos], sois edificados” (1 Pedro 2:4-5, VM). Todos los que creen en Jesús par­ticipan de la Roca viviente, de Su vida de resurrección y de victoria. La vida de Cristo, el Hijo del Dios viviente, fluye por todos sus miembros y por cada uno de ellos en par­ticular. Así tenemos al Dios vivo, la piedra viva, las piedras vivas. Todo ello es vida, vida que fluye de una fuente viva, a través de un canal vivo y es comunicada a todos los creyentes, haciéndolos piedras vivas.

Y como esta vida ha sido puesta a prueba por todos los medios posibles y ha salido victoriosa, nunca puede volver a tener que pasar por ningún proceso de prueba o de juicio en absoluto. Ha pasado por la muerte y el jui­cio. Ha descendido por debajo de todas las ondas y las olas de la ira de Dios y ha salido del otro lado en resurrección, en gloria y poder divinos; una vida victoriosa, celestial y divina, completamente fuera del alcance de todos los poderes de las tinieblas. No hay poder de la tierra, ni del infierno, ni de hombres, ni de demonios, que pueda tocar de ninguna forma la vida que posee la piedra más pequeña e insignificante en la Asamblea de Cristo.

Todos los creyentes son edificados sobre la Piedra viva: Cristo; y así son constituidos piedras vivas. Él los hace, en todo respecto, semejantes a sí mismo, excepto en su Deidad, naturalmente, que es incomunicable. ¿Es Él una piedra viva? Ellos son piedras vivas. ¿Es una piedra preciosa? Ellos son piedras preciosas. ¿Es una piedra rechazada? Ellos son piedras rechazadas y desechadas por los hombres. Están, en todo respecto, identificados con Él. ¡Inefable privilegio!

Aquí, pues, repetimos, está el sólido fundamento del sacerdocio cristia­no, el sacerdocio de todos los creyentes. Antes de que una persona pueda ofrecer un sacrificio espiritual, debe venir a Cristo con fe sencilla y ser edificada sobre él, quien es la base de todo el edificio espiritual. Por lo cual también contiene la Escritura: “He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; y el que creyere en ella, no será avergonza­do” (Isaías 28:16).

¡Qué preciosas son estas palabras! Dios mismo ha puesto el fundamen­to, y ese fundamento es Cristo; y todos los que creen sencillamente en Cristo, los que depositan en él toda la confianza de su corazón, todos los que están plenamente satisfechos con él, son hechos partícipes de su vida de resurrección y convertidos así en piedras vivas.

¡Qué sencillo es esto! No se nos pide que ayudemos a poner el funda­mento. No se nos llama para que le añadamos ni el peso de una pluma. Dios ha puesto el fundamento, y todo lo que tenemos que hacer es creer y descansar en ello; y él empeña su palabra fiel de que nunca seremos aver­gonzados. El más débil creyente en Jesús tiene la seguridad que Dios mismo le da en su gracia de que jamás será confundido, que jamás será avergonzado, que jamás vendrá a juicio. Está tan libre de todo cargo de culpa y de toda sílaba de condenación, como esa Roca viva sobre la que es edificado.

Querido lector, ¿está usted sobre ese fundamento? ¿Está edificado sobre Cristo? ¿Ha venido a Él como a la Piedra viva de Dios y ha depositado en él toda la con­fianza de su corazón? ¿Está enteramente satisfecho con el fundamento de Dios? ¿O está tratando de añadir algo de su propia cosecha: sus obras, ora­ciones, ordenanzas, votos y resoluciones, sus deberes religiosos? Si es así, si está tratando de añadir al Cristo de Dios la más insignificante jota o tilde, puede estar seguro de que será avergonzado. Dios no soportará que se deshonre de tal forma a Su probada, escogida y preciosa Piedra angular. ¿Se figura usted que Él podría permitir que se colocase algo, sea lo que fuere, jun­to a Su Hijo amado, a fin de formar con Él el fundamento de Su edificio espiritual? Sólo pensarlo sería una impía blasfemia. ¡No! Tiene que ser sólo Cristo. Él basta para Dios, así que bien puede bastar para nosotros; y no hay cosa tan cierta como que todos cuantos rechacen o menosprecien el fundamento de Dios, se aparten de él o le añadan algo, serán cubiertos de confusión perpetua.

Después de haber dado un vistazo al fundamento, fijémonos ahora en el edificio mismo que se levanta sobre él. Esto nos conducirá al segundo de nuestros tres vocablos tan importantes. “Allegándoos a él, como a piedra viva... vosotros también, como piedras vivas, sois edificados en un templo espiritual, para que seáis un sacerdocio santo; a fin de ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios, por medio de Jesucristo” (v. 5).

Todos los verdaderos creyentes son sacerdotes santos. Son hechos así por nacimiento espiritual, así como los hijos de Aarón eran sacerdotes por su nacimiento natural. El apóstol no dice: «Deberíais ser piedras vivas», ni: «Deberíais ser sacerdotes santos». Dice: “Como piedras vivas, soisedifica­dos”. No cabe duda de que, al ser sacerdotes santos y piedras vivas, se nos manda que obremos consecuentemente; pero, antes que podamos cumplir con las obligaciones que pertenecen a tal posición, debemos estar primero en esa posición. Debemos estar primero en una determinada relación, antes que podamos conocer los afectos que surgen de ella. No nos hacemos sacer­dotes al ofrecer sacrificios, sino que, hechos ya sacerdotes por gracia, somos llamados a presentar el sacrificio.

Si viviéramos dos mil años y pasáramos todo ese tiempo trabajando de recio, nunca podríamos llegar mediante ese esfuerzo a la posición de sacer­dotes santos; pero tan pronto como creemos en Jesús —cuando nos llegamos a él con fe sencilla—, desde el momento mismo en que depositamos en él toda la confianza de nuestro corazón, nacemos de nuevo a la posición de sacerdotes santos y alcanzamos entonces el privilegio de acercarnos y ofrecer el sacrificio. ¿Cómo podía uno antiguamente constituirse a sí mismo hijo de Aarón? ¡Imposible! Pero, al haber nacido de Aarón, venía a ser así miembro de la casa sacerdotal. No hablamos ahora de capacidad, sino simplemente de posición. Esta última no se alcanzaba por esfuerzo, sino por nacimiento.

Examinemos ahora la naturaleza del sacrificio que, como sacerdotes santos, tenemos el privilegio de ofrecer: “sacrificios espirituales, acepta­bles a Dios por medio de Jesucristo”. También en Hebreos 13:15, leemos: “Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él (Jesús), sacrificio de alaban­za, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”.

Aquí, pues, tenemos la verdadera naturaleza y el carácter de ese sacrifi­cio que, como sacerdotes santos, hemos de ofrecer: es alabanza, “siempre a Dios... alabanza”. ¡Bendita ocupación! ¡Santo ejercicio! ¡Oficio celestial! Y esto no ha de ser cosa de una ocasión. No es sólo para algún momento singu­larmente favorable, cuando todo parece brillar y sonreír en torno nuestro. No ha de ser solamente en el medio de la llama y el fervor de alguna reunión especialmente poderosa, cuando la corriente del culto fluye de forma profunda, amplia y rápida. No; la expresión es: “siempre... alabanza”. No hay lugar ni tiempo para quejas o murmuraciones, mal humor y descontento, impaciencia e irritabilidad, lamentación por lo que nos rodea, sea lo que fuere, quejarse del mal tiempo, hallar faltas en los que están relacionados con nosotros, ya sea en público o en privado, ya sea en la congregación, en el negocio o en el círculo familiar.

Los sacerdotes santos no deberían tener tiempo para ninguna de estas cosas. Son traídos cerca de Dios, en santa libertad, paz y bendición. Respiran la atmósfera, y caminan a la luz del sol, de la presencia de Dios, en la nueva creación, donde no hay materiales que puedan servir de pasto para una mente avinagrada y descontenta. Podemos sentar como principio fijo —como un axioma— que dondequiera que oímos a alguien que echa por su boca una sarta de quejas sobre las circunstancias, su prójimo, etc., ese tal no comprende lo que es el sacerdocio santo y, como consecuencia, no muestra los frutos prácticos de tal sacerdocio. Un sacerdote santo se regocija “en el Señor siempre” (Filipenses 4:4), siempre está feliz y dispuesto para alabar a Dios. Es cierto que puede ser puesto a prueba de mil maneras; pero esas pruebas las trae a Dios en comunión, no a sus semejantes con quejas. «Aleluya» es la expresión apropiada del miembro más débil del sacer­docio cristiano.

Consideremos ahora por un momento el tercer y último vocablo de nuestro tema. Es el término tan altamente expresivo: “real”. Pedro continúa diciendo: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio... para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admi­rable” (v. 9).

Esto completa el hermoso cuadro del sacerdocio cristiano2. Como sacerdotes santos, nos acercamos a Dios y presentamos el sacrificio de ala­banza. Como sacerdotes reales, andamos delante de nuestros semejantes para anunciar las virtudes, las gracias, los admirables rasgos morales de Cristo, en todos los detalles de la vida práctica diaria. Cada uno de los movimien­tos de un sacerdote real debería emitir la fragancia de la gracia de Cristo.

Nótese de nuevo que el apóstol no dice: «Deberíais ser sacerdotes reales». Dice “sois”; y, como tales, debemos anunciar las virtudes de Cristo. A un miembro del sacerdocio real no le conviene ninguna otra cosa. Ocupar­me de mí mismo, discurrir sobre mi comodidad, mis propios intereses, mi disfrute personal, buscar mis propios objetivos y preocuparme de mis cosas, no es, en modo alguno, obra de un sacerdote real. Cristo jamás obró de esa manera; y yo soy llamado a anunciar sus virtudes. En este tiempo de su ausencia, Él, bendito sea su Nombre, concede a los suyos el privilegio de anticiparse al día en que se manifestará como Sacerdote real, se sentará en su trono y extenderá hasta los últimos confines de la tierra el bené­fico influjo de su dominio. Nosotros somos llamados a ser la expresión actual del reino de Cristo, la expresión de él mismo.

Que nadie suponga que las actividades de un real sacerdote se limitan al asunto de dar. Sería un error grave. Sin duda, un sacerdote real dará, y dará generosamente, si puede; pero limitarlo al asunto de dar equivaldría a pri­varle de algunas de las funciones más preciosas de su posición. El mismo apóstol Pedro, que escribió las palabras que estamos considerando, dijo en una ocasión —y lo dijo sin avergonzarse por ello—: “No tengo plata ni oro”; con todo, en aquel mismo momento, actuaba como real sacerdote, al hacer que la virtud preciosa del Nombre de Jesús obrase en el inválido (Hechos 3:1-10). El propio adorable Maestro no poseía dinero, como sabemos, pero anduvo haciendo bienes; y así debiéramos hacer nosotros, sin que necesite­mos dinero para ello. De hecho, sucede con mucha frecuencia que, en lugar de bien, hacemos daño con nuestra plata y nuestro oro. Podemos sacar a la gente del terreno en que Dios los colocó, del terreno de un oficio honesto y hacer que dependan de limosnas. Más aún, con el uso imprudente de nuestro dinero, los hacemos con frecuencia hipócritas y parásitos.

Por consiguiente, que nadie se imagine por eso que no puede actuar como sacerdote real sin riquezas terrenales. ¿Qué riquezas necesitamos para decir una palabra amable, para derramar una lágrima de compasión, para ofrecer una mirada confortante y cordial? Ninguna, excepto las riquezas de la gracia de Dios, las inescrutables riquezas de Cristo, todas las cuales están a disposición del miembro más desconocido del sacerdocio cristiano. Puedo ir vestido con harapos, sin un céntimo en el bolsillo y, con todo, comportarme como sacerdote real, difundiendo en torno mío la fragancia de la gracia de Cristo.

El modo más apropiado de terminar estas pocas consideraciones sobre el sacerdocio cristiano quizá sea mostrando un ejemplo muy expresivo, saca­do de las páginas inspiradas, el relato de dos amados siervos de Cristo que recibieron poder para comportarse como sacerdotes santos y reales en las circunstancias más angustiadoras.

Vayamos a Hechos 16:19-34, donde tenemos a Pablo y Silas, arrojados al calabozo más hondo de la cárcel de Filipos, con las espaldas cubiertas de heridas y teniendo los pies bien sujetos con el cepo en la oscuridad de la noche. ¿Qué hacían? ¿Quejarse y murmurar? ¡Ah, no! Tenían algo mejor y más radiante que hacer. Eran dos “piedras vivas”, y no había en la tierra ni en el infierno ninguna cosa que pudiera obstaculizar la vida que había en ellos expresándose con sus propios acentos.

¿Qué hacían, repetimos, estas dos piedras vivas? ¿En qué se ocupaban estos participantes de la Roca viva, de la victoriosa vida de resurrección de Cristo? En primer lugar, como sacerdotes santos, ofrecían a Dios el sacrificio de alabanza. En efecto, “a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios”. ¡Qué precioso es esto! ¡Qué glorioso! ¡Cuán refrescante! ¿Qué son las heridas, el cepo, las paredes de la cárcel o las noches lúgubres para las piedras vivas y los sacerdotes santos? Nada más que un trasfondo oscuro donde resalta en relieve brillante y hermoso la gracia viva que hay en ellos. ¡Hablar de circunstancias! ¡Ah, qué poco sabemos de circunstan­cias aflictivas ninguno de nosotros! ¡Somos tan poca cosa, que las moles­tias insignificantes de la vida diaria son, con frecuencia, más que suficientes para hacernos perder el equilibrio mental! Pablo y Silas estaban realmente en circunstancias difíciles, pero estaban allí como piedras vivas y sacerdotes santos.

Y estaban igualmente como sacerdotes reales. ¿Cómo se muestra eso? No ciertamente distribuyendo plata y oro. No es probable que los amados siervos de Cristo tuviesen mucho de eso, pero tenían algo mejor: “las vir­tudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). ¿Dónde brillan esas virtudes? En las conmovedoras palabras dirigidas al carcelero: “No te hagas ningún mal”. He ahí los acentos de un sacerdo­te real, así como el cántico de alabanza era la voz del sacerdote santo. ¡Gracias a Dios por ambas cosas! La voz de los sacerdotes santos subió directamente al trono de Dios e hizo allí su obra. Las palabras de los sacer­dotes reales fueron directamente al duro corazón del carcelero e hicieron allí su obra. Dios fue glorificado y el carcelero fue salvo por medio de dos hombres que desempeñaban correctamente las funciones delsacerdocio cristiano.

C. H. Mackintosh

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NOTAS

1 Note bien el lector este título “Hijo del Hombre”. Es infinitamente precioso. Es un título que indica no sólo el rechazo de nuestro Señor como el Mesías, sino que nos introduce en esa esfera amplia y universal sobre la que está destinado, en los consejos de Dios, a gobernar. Es mucho más amplio que «Hijo de David» o «Hijo de Abraham», y tiene para nosotros un encanto peculiar, ya que lo coloca ante nuestro corazón como el Desconocido solitario y rechazado; y, sin embargo, como Aquel que se vincula a nosotros, en todas nuestras necesidades en perfecta gracia; Aquel cuyas pisadas podemos trazar a tra­vés de este árido desierto. “El Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza” (Lucas 9:58). Pero como Hijo del Hombre vendrá pronto a ejercer el dominio universal que le está reservado según los eternos consejos de Dios (véase Daniel 7:9-14).

2 El lector inteligente no necesita que se le diga que todos los creyentes son sacerdo­tes ni que no hay tal cosa en la tierra como un sacerdote, excepto en el sentido en que todos los cristianos verdaderos son sacerdotes. La idea de un cierto grupo de hombres que se llaman a sí mismos sacerdotes en contraste con los demás, una casta que se dis­tingue del común de los cristianos por el título o el modo de vestir, no es en modo alguno cristianismo, sino judaísmo o algo peor aún. Para todos los que lean la Biblia y se inclinen ante su autoridad, todas estas cosas estarán perfectamente claras.

¿Es bíblico el sacerdocio de todos los creyentes?

Pregunta: "¿Es bíblico el sacerdocio de todos los creyentes?"

Respuesta: 
Hay un pasaje principal que trata del sacerdocio de todos los creyentes. Es como sigue: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a Su luz admirable” (1 Pedro 2:5-9).

Los sacerdotes del Antiguo Testamento fueron elegidos por Dios, no por auto-elección; y ellos fueron escogidos para un propósito: servir a Dios con sus vidas por medio de la ofrenda de sacrificios. El sacerdocio servía como una ilustración o “tipo” del futuro ministerio de Jesucristo... ilustración que después ya no fue necesaria, una vez que Su sacrificio en la cruz fue consumado. Cuando el grueso velo del templo que cubría la entrada al Lugar Santísimo fue partido en dos por Dios, al momento de la muerte de Cristo (Mateo 27:51), Dios estaba indicando que el sacerdocio del Antiguo Testamento ya no era necesario. Ahora los creyentes podrían venir directamente a Dios a través del gran Sumo Sacerdote, Jesucristo (Hebreos 4:14-16). Ahora ya no hay mediadores terrenales entre Dios y el hombre, como existieron en el sacerdocio del Antiguo Testamento (1 Timoteo 2:5)

Cristo, nuestro Sumo Sacerdote ofreció un solo sacrificio por el pecado de todos los tiempos (Hebreos 10:12), y ya no queda más sacrificio por los pecados que pueda ser hecho (Hebreos 10:26) Pero así como los sacerdotes ofrecían otras clases de sacrificios en el templo, está claro en 1 Pedro 2:5,9, que Dios ha elegido a los cristianos “...para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.” 1 Pedro 2:5-9habla de dos aspectos del sacerdocio del creyente. El primero es que los creyentes son privilegiados. El ser elegido por Dios para ser un sacerdote era un privilegio. Todos los creyentes han sido elegidos por Dios: un “linaje escogido...pueblo adquirido por Dios” (verso 9). En el tabernáculo y el templo del Antiguo Testamento, había lugares donde solo los sacerdotes podían ir. Detrás del grueso velo, en el Lugar Santísimo, solo el Sumo Sacerdote podía entrar, y únicamente una vez al año en el Día de la Expiación, cuando hacía ofrenda por el pecado a favor de todo el pueblo. Pero como mencionamos anteriormente, por la muerte de Jesucristo en la cruz del Calvario, ahora todos los creyentes tenemos un acceso directo al trono de Dios a través de Jesucristo, nuestros Sumo Sacerdote (Hebreos 4:14-16). Qué privilegio el poder entrar directamente al mismo trono de Dios, no a través de algún sacerdote terrenal. Cuando Cristo regrese y la Nueva Jerusalén baje a la tierra (Apocalipsis 21), los creyentes verán a Dios cara a cara, y le servirán ahí (Apocalipsis 22:3-4) Nuevamente, qué privilegio especial para nosotros que antes no éramos “su pueblo”.... “sin esperanza” .... destinados a la destrucción por nuestro pecado.

El segundo aspecto del sacerdocio de los creyentes es que somos elegidos para un propósito: para ofrecer sacrificios espirituales (ver Hebreos 13:15-16 por ejemplo), y para anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable. Por lo cual, tanto por la vida (1 Pedro 2:5Tito 2:11-14Efesios 2:10) como por la palabra (1 Pedro 2:93:15), nuestro propósito es servir a Dios. Así como el cuerpo de creyentes es el templo del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19-20), así Dios nos ha llamado a servirle de todo corazón, por medio de la ofrenda de nuestras vidas como sacrificios vivos (Romanos 12:1-2). Un día estaremos sirviendo a Dios en la eternidad (Apocalipsis 22:3-4), pero no en cualquier templo, “... porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ellos...” (Apocalipsis 21:22). Así como el sacerdocio del Antiguo Testamento debía estar libre de contaminación, como se simbolizaba al ser ceremonialmente limpiado, así Cristo nos ha hecho santos posicionalmente ante el Padre. El nos llama a vivir vidas santas para que también podamos ser un “sacerdocio santo” (1 Pedro 2:5).

En resumen, los creyentes son llamados “reyes y sacerdotes” y un “real sacerdocio” como un reflejo de su posición privilegiada como herederos del reino del Dios Todopoderosos y el Cordero. Por este privilegio de cercanía con Dios, ningún otro mediador terrenal es necesario. Secundariamente, los creyentes son llamados sacerdotes, porque la salvación no es solo un “seguro contra incendios” para escapar del infierno. Más bien, los creyentes son llamados por Dios para servirle a Él por medio de la ofrenda de sacrificios espirituales, p.ej. siendo personas celosas de buenas obras. Como sacerdotes del Dios viviente, todos debemos alabar a Aquel que nos ha dado el gran regalo de sacrificar a Su Hijo por nosotros, y como respuesta, el compartir esta maravillosa gracia con otros.

El Sacerdocio de Todos los Creyentes

Recientemente vi un programa de TV en el cual un ministro protestante pedía a sus oyentes que le enviaran peticiones de oración. Quedaba implícito que él, como ministro, estaba más cerca de Dios que el común de los cristianos y por ello Dios le escucharía y le otorgaría sus peticiones. ¡Este hombre protestante estaba ofreciendo actuar como un papa para aquellos que le escribieran! Estoy seguro de que también esperaba ofrendas proporcionales a las solicitudes. Hace pocos años fuí invitado por un autoproclamado "apóstol" carismático a ponerme bajo su supervisión, su cuidado. Lo decliné no muy graciosamente. También estoy seguro de que él esperaba obtener algún dinero por su "apostólico" servicio!
Los católico-romanos tienen un solo Papa, pero los protestantes tienen muchos. La doctrina bíblica del sacerdocio de todos los creyentes es negada no sólo por los católicos, sino también por muchos protestantes. Esta postura se basa en la suposición de que los creyentes en Cristo comunes y corrientes no son lo suficientemente buenos como para tener acceso a Dios y necesitan entonces de un intermediario que cuide de ellos por una justa retribución monetaria. Como mencioné arriba, el papismo evangélico produce hoy tanto dinero como en la Edad Media lo hacía la venta de indulgencias. En la medida en que escasee la prédica expositoria de la palabra de Dios, este papismo seguirá prosperando en el fértil terreno de la ignorancia evangélica.

TODOS SOMOS SACERDOTES

La doctrina del sacerdocio de todos los creyentes se opone a la nada bíblica doctrina del sacerdotalismo y a la existencia de una clase sacerdotal al estilo brahmánico dentro de la Iglesia. Cuando Martín Lutero clavó sus 95 Tesis en la puerta de la Iglesia del Castillo de Wittemberg, el 31 de Octubre de l517, declaraba la guerra a la idea de que la salvación se obtenía a través del sacerdocio por medio de los sacramentos. Sus tesis eran antisacerdotalistas 1 y hablaban contra la teología de una vida sobrenatural creada ex opere operato a través del bautismo, que crece por la confirmación, es nutrida con la Misa y sanada de toda enfermedad por la penitencia y la extremaunción. Lutero rechazó la idea de que por medio de los sacramentos un sacerdote pudiera controlar la vida de un individuo desde aquí y en el más allá.
Como un león, Lutero rugió contra la pretensión y tiranía de la clase sacerdotal, especialmente en las tesis 36 y 37: "Cada cristiano verdaderamente contrito tiene plena remisión de castigo y culpa atribuible a él, aún sin cartas de perdón. Cada verdadero cristiano, ya sea vivo o muerto, tiene participación dada por Dios en todos los beneficios de Cristo y de la Iglesia, aún sin cartas de perdón…" 2 Lutero insistió en que cada uno que confía, que cree en Jesucristo, es un sacerdote. 3 Escribió que esperaba el día "en que recobraríamos la libertad gozosa al comprender que todos somos iguales en todo derecho, y nos sacudiríamos el yugo de la tiranía, y sabríamos que aquel que es cristiano, tiene a Cristo; y el que tiene a Cristo tiene todas las cosas que son de Cristo, y puede hacer todas las cosas." 4
Después que Lutero se hubo convencido de que las Escrituras son la única autoridad para un cristiano, llegó a la necesaria y definitiva conclusión de que todos los que creemos en Cristo somos sacerdotes. Mientras estudiaba la Biblia, especialmente la Epístola de Pablo a los Romanos, descubrió que en y a través de Jesucristo, un creyente posee la justicia de Dios y por lo tanto el inmediato acceso a Dios sin la mediación de un arrogante sacerdocio. Así, la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes es consecuencia de la doctrina de la justificación únicamente por medio de la gracia y solamente a través de la fe. Aquellos que están revestidos de la perfecta justicia de Dios son bienvenidos a la presencia de Dios. Ningún cristiano necesita un pontífice, un "puente" -lat. pontifex = pontis, puente + facere, hacer)- porque sólo Jesucristo es el camino al Padre. La diferencia entre el sacerdotalismo y la teología de la Reforma queda clara en la respuesta a la pregunta: "¿Qué debo hacer para ser salvo?" La Iglesia Romana contestaría: "Mire al sacerdocio y a la Iglesia"; pero la Biblia dice: "Cree en el Señor Jesús y serás salvo" (Hechos 16:31).
Juan Calvino escribió: "Cristo... una vez por todas ofreció un sacrificio de eterna expiación y reconciliación y ahora, habiendo también entrado al santuario de los cielos, intercede por nosotros. En Él todos somos sacerdotes (Apocalipsis 1:6; cf. 1 P 2:9), pero para ofrecer alabanzas y acciones de gracias, en una palabra, para ofrecernos a nosotros mismos y lo nuestro a Dios. Fue oficio sólo de Él aplacar a Dios y expiar nuestros pecados por su ofrenda." 5
El sacrificio de la muerte de Jesucristo anuló el sacerdocio aarónico, como leemos en la Epístola a los Hebreos. No hay necesidad de continuar ofreciendo sacrificios literalmente expiatorios. Como perfecto Hijo de Dios y Sumo Sacerdote, Jesús estableció un nuevo pacto (Hebreos 9:15-22) con mejores promesas (Heb. 8:6) cuando se ofreció a sí mismo (Heb. 7:27) como la perfecta víctima una vez por todas (Heb. 7:27) como nuestro substituto (Heb. 7:27) y rescate (Heb. 9:15). Por su muerte Él llevó nuestros pecados (Heb. 9:28), nos hizo perfectos (Heb. 10:14), obtuvo para nosotros eterna redención (Heb. 9:12), abrió un camino nuevo y vivo en y a través de Él al trono de gracia del Padre, y se sentó a la diestra de Dios (Heb. 10:12). E invita ahora a todo creyente con limpia conciencia (Heb. 9:14) a entrar al Lugar Santísimo por la sangre de Jesús (Heb. l0:19) para ofrecer continuamente sacrificios espirituales (Heb. 13:15, 16) como sacerdotes en Cristo.
Las 95 Tesis estaban dirigidas a la destrucción misma del sacerdocio católico-romano que se interponía entre los creyentes y su Dios. De este sacerdocio escribió Calvino: "Es la más perversa infamia e intolerable blasfemia contra Cristo y el sacrificio que Él hizo por nosotros muriendo en la cruz, que cualquiera suponga que por repetición de la oblación (sacrificio) obtiene perdón de los pecados, aplaca a Dios y adquiere justicia." 6 Calvino reconoció que en el rol sacerdotal de Cristo cada creyente en Él es recibido por el Padre como su compañero en este gran oficio (Ap. 1:6): "Porque nosotros, quienes estamos corrompidos en nosotros mismos, aún somos sacerdotes en Él, nos ofrecemos a nosotros mismos y todo lo nuestro a Dios, y libremente entramos al santuario celestial; que los sacrificios de oraciones y alabanzas que traemos, pueden ser aceptables y de olor grato delante de Dios." 7
En el único mediador entre Dios y el hombre, el hombre Cristo Jesús, los cristianos vienen inmediata y directamente a Dios. No tienen más necesidad de ningún sacerdote humano y falible, ya sea católico-romano o evangélico. En Cristo ellos han sido liberados de toda esclavitud, obteniendo la dignidad de un sacerdocio real. Como elegidos de Dios, los creyentes han renacido (han nacido de nuevo) para una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo (1 P. 1:3, 23). Como piedras vivas que confían en la piedra viva fundamental, Jesucristo, son edificados en un nuevo templo espiritual.
Los creyentes son un sacerdocio santo que, como sacerdotes, ofrece sacrificios espirituales (1 P 2:5). Son un real sacerdocio (1 P. 2:9) e hijos de Dios (1 P. 1:3, 23; Gal. 3:26) por medio de la fe en Cristo Jesús. Son todos reyes, sacerdotes y profetas en Cristo (1 P. 2:9). No hay diferencia entre creyentes, como Pablo escribe: "Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y ya que sois de Cristo, ciertamente sois descendencia de Abraham, herederos conforme a la promesa." (Gal 3:28, 29).
El sacrificio de Jesucristo, el Sumo Sacerdote, ha resultado en el perdón de todos nuestros pecados y en la imputación a nosotros de la perfecta justicia de Dios. Revestidos con el manto de la justicia de Cristo, cada creyente-sacerdote viene a Dios (Heb 12:22, 23) junto con otros a ofrecer sacrificios, aunque no sacrificios expiatorios, literalmente sangrientos, sino diferentes sacificios espirituales. Como dijo Calvino: "[Cristo] es nuestro Pontífice... [y] el altar sobre el cual colocamos nuestras ofrendas." 8 Sólo Él es el Pontifex Maximus. Él es el único Mediador (1Tim 2:5). Solamente Él es la Cabeza de la Iglesia (Col 1:18). Sólo Él es Dios (Col. 2:9). Sólo Él es Rey (Ef. 1:22, 23).

EL ESTABLECIMIENTO DEL SACERDOTALISMO

Encontramos la doctrina bíblica del sacerdocio de todos los creyentes a través de las Escrituras (Ex. 19:6; Oseas 14:2; Salmos 50:23; 51:17-19; 141:2; 1 P. 2:5-9; Heb.13:10-16) y sabemos que era practicada por la iglesia primitiva. Como escribe el Dr. Laird Harris. "En el primer siglo, la cristiandad no tenía sacerdotes. El Nuevo Testamento en ningún lugar usa esta palabra para describir a un líder en el servicio cristiano." 9
Pero esta doctrina gloriosa fue gradualmente reemplazada por el sacerdotalismo, comenzando en el tercer siglo, especialmente por parte de Cipriano, Obispo de Cartago (258 d.C.). Cipriano trató "todos los pasajes del Antiguo Testamento que se refieren a los privilegios, sanciones, deberes y responsabilidades del sacerdocio aarónico, como aplicables a los oficiales de la Iglesia Cristiana." 10 Él se equivocó completamente en su interpretación de la tesis central de la Epístola a los Hebreos. Fue ciego al hecho de que "el único Sumo Sacerdote bajo el Evangelio reconocido por las Escrituras apostólicas es nuestro Señor mismo" 11 y no un solitario obispo de la Iglesia.
Los teólogos católico-romanos justificaron el sacerdotalismo diciendo que Jesús le había dado las llaves del reino a Pedro, la roca sobre la cual Jesucristo construiría su Iglesia. Pedro fué el primer Papa de Roma, y así el Papa de Roma, por sucesión, tiene el poder de las llaves del reino para atar y desatar, condenar y salvar. La salvación está depositada en el sacerdocio romano y es dispensada a través de los sacramentos. Los sacramentos son efectivos ex opere operato, lo que significa que la condición subjetiva del sacerdote, o del recipiente, no importan. La Iglesia Católica enseña que no hay salvación fuera de la función mediadora del sacerdocio, y ninguna persona puede aproximarse al Padre con confianza sólo por gracia, por medio de la fe en Jesucristo!

¿QUÉ ENSEÑA LA BIBLIA?

El Nuevo Testamento claramente enseña que la Iglesia no está edificada sobre Pedro sino sobre el fundamento de Jesucristo. Como una piedra viva, Pedro vino a Jesucristo, la piedra viva fundamental, para ser edificado junto con otros en un nuevo templo espiritual (1P. 2:6-8). Pedro, ciertamente, no interpretó las palabras de Jesucristo en Mateo 16 como significando que Jesucristo construiría su Iglesia sobre sí. Si hubiera pensado eso, por cierto lo habría dicho así en su primera epístola. Lo que él escribió es que Jesucristo mismo es la piedra, así como la roca fundamental, la petra (1 Ped. 2:8; Mat. 16:18; Hechos 4:11); y más tarde se refirió a sí mismo como un anciano junto con los demás (1 Ped. 5:1-3), no como un Papa. Estoy seguro de que Pedro también se dió cuenta, cuando Jesús habló sobre las llaves, de que Él se las estaba dando a todos los apóstoles, no sólo a él (Mat. 16:18; 18:18).
Pablo comprendió también que Jesús era la roca fundamental, "la piedra angular" de la Iglesia (1ª Corintios 10:4; 3:11; Ef. 2:20). Jesucristo se identificó como esa roca a sí mismo (Mat.16:18; 21:42). ¿Ha enseñado alguna vez algún apóstol que "la vida del alma era creada, nutrida, perfeccionada por medio de la gracia sacramental de la cual el sacerdote es el único suministrador... [y que] las llaves del cielo y del infierno estaban en el cinto del sacerdote?" 12 No. El ministerio de los apóstoles consistió en predicar el Evangelio requiriendo de los pecadores sólo que se arrepintieran y creyeran en el Señor Jesucristo para ser salvos.
Un cristiano mira sólo a Jesús como sacerdote (mediador). El Catolicismo romano enseña que "los sacerdotes romanos son mediadores porque... el pecador no puede por sí mismo acercarse a Dios por medio de Cristo y obtener perdón y gracia; pero puede asegurar esas bendiciones sólo a través de sus intervenciones." 13 La Reforma destruyó esas pretensiones del sacerdocio y liberó a los creyentes de la tiranía y la inseguridad del concepto católico-romano de la salvación.

CADA CREYENTE ES UN SERVIDOR

Como un sacerdote, cada cristiano tiene algo para ofrecer a Dios. En su comentario de Hebreos, F. F. Bruce dice: "El cristianismo es sacrificio en todo sentido; está fundado sobre la única ofrenda de sí mismo de Cristo; y las ofrendas de alabanzas y posesiones de su pueblo, su servicio y sus vidas, son traídas a la perfección de Su sacrificio y aceptadas en Él." 14
Los ministros del Evangelio son dones de Dios a la Iglesia. No existen para dominar al pueblo de Dios (1 P. 5:3) sino para equiparlo a través de la predicación del Evangelio "para obras de servicio" (Ef. 4:11,12). Para Lutero todos los clérigos eran ministros y siervos del pueblo de Dios. Para él, un obispo o un sacerdote que no predicaba el Evangelio era "una plaga de la Iglesia..., un lobo en ropaje de oveja." 15
A cada creyente la gracia le es dada para servir a Dios. Nosotros "tenemos dones que varían según la gracia que nos ha sido concedida: Si es de profecía, úsese conforme a la medida de la fe" (Rom. 12:6). "Pero a cada cual le es dada la manifestación del Espíritu para provecho mutuo." (1 Cor. 12:7). "Sin embargo, a cada uno de nosotros le ha sido conferida la gracia conforme a la medida de la dádiva de Cristo." (Ef. 4:7). "Cada uno ponga al servicio de los demás el don que ha recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios." (1 P. 4:10).
El ministerio de la Iglesia no es un ministerio unipersonal. A cada uno le es dada gracia, cada uno es un sacerdote y cada uno debe servir a Dios como sacerdote junto con todos los demás. Una congregación del Nuevo Testamento es como una orquesta, en la cual todos participan en el sevicio a Dios "decentemente y con orden" (1 Cor. 14:40). Aún en las iglesias más evangélicas hay confusión y los creyentes no son animados a ejercitar sus dones espirituales para la edificación de la Iglesia. En muchas iglesias los miembros, en su mayoría, funcionan meramente como espectadores.

APLICACIÓN PRÁCTICA

En el Grace Valley Christian Center los ancianos preparan al pueblo de Dios para varias clases de ministerios. La nuestra es una Iglesia Reformada que cree en todos los "solas": sola scriptura, solus Christus, sola gratia, sola fide, soli Deo gloria. También estamos de acuerdo completamente con la declaración de Rousas J. Rushdoony: "El propósito de la Iglesia no debería ser traer hombres a la sujeción a ella, sino, más bien, entrenarlos en un real sacerdocio capaz de traer el mundo a la sujeción a Cristo, el Rey... La iglesia, en general, ha sostenido sólo de palabra el sacerdocio de todos los creyentes porque su jerarquía desconfió siempre de las implicancias de esta doctrina y, además, ha visto a la Iglesia como un fin en sí misma, no como un instrumento." 16
Nosotros creemos que las Iglesias Reformadas deberían promover un ministerio de cada creyente basado en la medida de los dones de gracia otorgados a todos los hijos de Dios (Ef. 4:7). La debilidad de las iglesias modernas puede ser atribuída en gran medida a no prestar la debida atención a esta doctrina de la Reforma. Es ya hora de que prediquemos ésto liberando así las energías espirituales del pueblo de Dios en orden a una mayor y auténtica productividad espiritual para la gloria de Dios. No sólo debemos creer en doctrinas ortodoxas sino también practicarlas, como lo hicieron los puritanos.
Nuestra iglesia no tiene distinción clero-laical. Todos son sacerdotes de Dios, y casi todos están comprometidos en algún aspecto de la obra de la Iglesia sin paga. Recientemente observé a uno de nuestros miembros, un profesor universitario, trabajando en la iglesia. ¿Qué hacía este hombre instruído? Lavaba ventanas con gran gozo. Hay tal amor a Dios aquí que los miembros entregan sus vidas sacrificialmente para los demás. Así practican espontáneamente, sin coacción o compulsión alguna, día a día, la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes.
Debo alertar en el sentido de que esta doctrina no debe ser practicada de modo independiente e indisciplinado. El sacerdocio de todos los creyentes debe practicarse en el contexto de una iglesia, para beneficio de sus miembros y, a través de esa iglesia, para beneficio del mundo exterior.

¿CUÁLES SON NUESTROS SACRIFICIOS?

Como sacerdotes, los creyentes del Nuevo Testamento ofrecen sacrificios espirituales a Dios a través de Jesús, su Sumo Sacerdote. ¿Cuáles son algunos de estos sacrificios?
1. La propia consagración (Rom. 12:1ss.; 6:13; 2 Cor. 8:5; Sal. 51:17). ¡Nosotros no nos pertenecemos! Por lo tanto nos ofrecemos nosotros mismos para el servicio a Dios en completa rendición de cuerpo y alma. "Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado. Al corazón contrito y humillado no despreciarás Tú, oh Dios." (Sal. 51:17). Nosotros debemos pensar los pensamientos de Dios, hacer la voluntad de Dios y sentir de la forma en que Dios desea que sintamos.
2. Completa obediencia (Sal. 40:6-8; 1 Sam. 15:22). La herejía evangélica moderna que dice que uno puede ser cristiano recibiendo a Jesucristo como Salvador, pero no como Señor, es incompalible con la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes. La obediencia a Jesús es la prueba de nuestra salvación y la llave de nuestra seguridad. La obediencia prueba nuestro amor a Dios. Jesús dijo: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos." (Juan 14:15). Leemos de este sacrificio de obediencia en el Salmo 40:6-8: "El sacrificio y la ofrenda no te agradan; Tú has abierto mis oídos. Holocaustos y sacrificios por el pecado no has pedido. Entonces dije: -He aquí, Yo vengo. En el rollo de pergamino está escrito acerca de mí: ‘El hacer tu voluntad, oh Dios mío, me ha agradado; y tu ley está en medio de mi corazón.'" Y en 1 Samuel 15:22: "¿Se complace tanto el Señor en los holocaustos y en los sacrificios como en que la palabra del Señor sea obedecida? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención es mejor que el sebo de los carneros." Jonathan Edwards escribió: "Los cristianos, al ofrendar obediencia a Dios en sus vidas y conversaciones, hacen lo que el apóstol llama ‘ofrendar sus cuerpos en sacrificio vivo'..." 17
3. Alabanza (Heb. 13:15; Oseas 14:2; Sal. 107:22) Debemos alabar a Dios continuamente por nuestra salvación en Jesucristo. Lo hacemos así al cantar himnos bíblicos, confesando nuestros pecados y testificando a la gloria de Dios.
4. Oración (Sal. 141:2). Como sacerdotes ofrecemos a Dios nuestras oraciones como incienso para que puedan ser aceptables a Él.
5. Posesiones (Heb. 13:16; 6:10; 2 Cor. 9:13; Mat. 25:37-40; Gal. 6:10). Aquellos que ofrecen sacrificios de alabanza a Dios en palabras, deben también compartir sus bienes materiales con los necesitados, especialmente aquellos de la familia de la fe. Sin sacrificio material, la mera alabanza es falsa (vea Hechos 4:32-37). Hebreos 13:16 dice: "No os olvidéis de hacer el bien y de compartir lo que tenéis, porque tales sacrificios agradan a Dios." Los sacrificios deben ser en hechos así como en palabras.
6. Sostenimiento ministerial y misionero (Fil. 4:14-19). La iglesia filipense compartía sus bienes materiales con su ministro y misionero, Pablo. Sus ofrendas eran "una fragante ofrenda [a Dios], un sacrificio aceptable, agradable a Dios." Si los cristianos son fieles en este servicio sacrificial, los ministros estarán bien sostenidos y la empresa misionera florecerá.
7. Testimonio (1 P 2:9; Is. 43:21). Nosotros somos un real sacerdocio con un propósito: proclamar las alabanzas de aquél que nos llamó de las tinieblas del paganismo a la luz admirable del Evangelio. Como la luz del mundo, estamos para declarar el Evangelio de Dios no sólo en la iglesia, sino al mundo.
8. Vida familiar (Deut. 6:4-9). Debemos actuar como sacerdotes del Señor en nuestros hogares, enseñando la ley de Dios y requiriendo obediencia a ella. Si no descuidamos el altar familiar, nuestras iglesias serán saludables.
9. Trabajo (1 Cor. 10:31; Col. 3:23-24). Como sacerdotes, hacemos todo para la gloria de Dios. No hay una bifurcación o desdoblamiento entre adoración y vocación. Lutero dijo: "Si una persona fue justificada por la fe en Cristo, entonces... cualquier trabajo suyo es trabajo de Dios, sea que esté arando el campo, moliendo los granos, barriendo la casa u ocupándose de los hijos." 18 Debemos laborar para complacer a una Autoridad más alta que nuestro jefe inmediato. La práctica de este aspecto del sacerdocio de todos los creyentes inevitablemente resulta en excelencia en el trabajo, mayor productividad, e incremento en la capacidad financiera.
10. Muerte (2 Tim. 4:6; Fil. 2:17). Vivimos y morimos como sacerdotes del Señor. Oh, que muramos orando "¡Señor Jesús, recibe mi espíritu!".
¿Cómo podemos ofrecer estos sacrificios? En el poder del Espíritu Santo (Ef. 3:7, 20; Fil. 4:13; Col. 1:29). Su gran, su poderosa energía trabaja en nosotros y nos capacita para servir a Dios aceptablemente. ¿Cómo nos apropiamos de Su poder? Por fe. En el contexto de la negación de nosotros mismos y el confiar plenamente en el Otro, el poder de Dios es liberado para que lo usemos en vivir la totalidad de nuestras vidas, en todas las áreas, como sacerdotes reales ante Dios.

RESUMEN

En Cristo, todo cristiano es un hijo de Dios. Revestido con la justicia de Cristo, un cristiano viene a Dios Padre directamente. Como sacerdote real, sirve a Dios en gratitud por la salvación de toda su vida. Siendo ungido por el Espíritu Santo en el Ungido (Jesucristo), funciona como profeta, sacerdote y rey. Un cristiano está libre de la tiranía y yugo de papas y sacerdotes mediadores. Reconoce únicamente a Jesucristo como su Mediador y Sumo Sacerdote cuyo solo sacrificio lo ha conducido a la presencia de Dios. El sacrificio de servicio a Dios resulta de la iluminación de la Escritura, es fortalecido por el Espíritu Santo, y se lleva a cabo en el contexto de la Iglesia de Cristo. Tal es el gran ministerio de todo creyente. Como un sacerdocio real, entonces, vivamos y muramos en la presencia de Dios (coram Deo)!
Bibliografía
1 Benjamin Breckinridge Warfield, Studies in Theology, Vol. 9 (Grand Rapids: Baker Book House, 1981), 485.
2 Ibid., 487-8.
3 Luther's Primary Works , ed. Henry Wace and C. A. Bucheim (London: Hodder and Stoughton, 1896), 399.
4 Ibid., 401.
5 Calvin: Institutes of the Christian Religion, Vol. 2, ed. John T. McNeill, trans. and index. Ford Lewis Battles (Philadelphia: The Westminster Press, 1960), 1476.
6 Ibid., 1442.
7 Calvin: Institutes of the Christian Religion , Vol. 1, ed. John T. McNeill, trans. and index. Ford Lewis Battles (Philadelphia: The Westminster Press, 1960), 502.
8 Calvin: Institutes of the Christian Religion , Vol. 2, ed. John T. McNeill, trans. and index. Ford Lewis Battles (Philadelphia: The Westminster Press, 1960), 1445.
9 Loraine Boettner, Roman Catholicism (Phillipsburg, NJ: The Presbyterian and Reformed Publishing Company, 1962), 50.
10 J. B. Lightfoot, St. Paul's Epistle to the Philippians (Lynn, Mass.: Hendrickson, 1981), 258.
11 Ibid., 263-4.
12 James Atkinson in Service in Christ , ed. James I. McCord and T.H.L. Parker (Grand Rapids: Eerdmans, 1966), 82.
13 Charles Hodge, Systematic Theology , Vol. 2 (London: James Clarke & Co., Ltd., 1960), 467.
14 F. F. Bruce, The Epistle to the Hebrews , The New International Commentary on the New Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 1964), 407.
15 James Atkinson in Service in Christ , ed. James I. McCord and T.H.L. Parker (Grand Rapids: Eerdmans, 1966), 83.
16 Rousas John Rushdoony, The Institutes of Biblical Law (Phillipsburg, NJ: The Presbyterian and Reformed Publishing Company, 1977), 764.
17 Jonathan Edwards, The Works of Jonathan Edwards , Vol. 2 (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1986), 943.
18 James Atkinson in Service in Christ , ed. James I. McCord and T.H.L. Parker (Grand Rapids: Eerdmans, 1966), 84.

Copyright © 1996, P. G. Mathew
P. G. Mathew | Saturday, August 17, 1996
Copyright © 1996, P. G. Mathew
Language [English | Japanese]
Traducción del Dr. Francisco Saforcada. Las citas bíblicas se han llevado al español conforme a la RVA 1989

The Priesthood of All Believers

Recently I watched a television program in which a Protestant minister asked his viewers to send him prayer requests. His implication was that he, as a minister, was closer to God than ordinary Christians, and therefore God would hear him and grant the requests. This Protestant man was offering to act as a pope for those who would write to him! I am sure he also expected sizable "seed offerings” to be sent along with the prayer requests. A few years ago I was invited by a self-proclaimed charismatic "apostle” to come under his apostolic oversight. He also was offering to be my pope. I declined not very gracefully. I am sure he also hoped to get some money for this apostolic service!
Roman Catholics have only one pope, but Protestants have many. The biblical doctrine of the priesthood of all believers is denied not only by Roman Catholics but also by many Protestants. This denial is based on the assumption that ordinary believers in Christ are not good enough to approach God and that they need an intermediary to look after them for a fee. As I mentioned above, there is money to be made in evangelical popery today just as it was in the Middle Ages through the sale of indulgences. As long as there is little expository preaching of the word of God, popery will thrive in the soil of evangelical ignorance.

All Are Priests

The doctrine of the priesthood of all believers opposes the unbiblical doctrine of sacerdotalism and the existence of a Brahman-like priestly class within the church. When Martin Luther posted his Ninety-five Theses on the door of the Castle Church of Wittenberg on October 31, 1517, he was declaring war against the idea that salvation was mediated through the priesthood via the sacraments. His theses were anti-sacerdotalistic1 and spoke against the theology that ex opere operato supernatural life could be created through baptism, brought to growth by confirmation, nourished by the Mass, and healed of all diseases by penance and extreme unction. Luther rejected the idea that through sacraments a priest could control an individual’s life both here and hereafter.
Like a lion, Luther roared against the pretension and tyranny of the priestly class, especially in the thirty-sixth and thirty-seventh theses: "‘Every truly contrite Christian has plenary remission from punishment and guilt due to him, even without letters of pardon. Every true Christian, whether living or dead, has a share given to him by God in all the benefits of Christ and the Church, even without letters of pardon…’”2 Luther insisted that everyone who trusts in Jesus Christ is a priest.3 He wrote that his hope was for a day when "we shall recover that joyful liberty in which we shall understand that we are all equal in every right, and shall shake off the yoke of tyranny, and know that he who is a Christian has Christ, and he who has Christ has all things that are Christ’s, and can do all things.”4
The concept that all who believe in Christ are priests occurred to Luther after he became convinced that Scripture was the only authority for a Christian. As he studied the Bible, especially Paul’s Epistle to the Romans, he discovered that in and through Jesus Christ a believer possessed the righteousness of God, and therefore, immediate access to God without the mediation of an arrogant priesthood. Thus, the doctrine of the priesthood of all believers is a sequel to the doctrine of justification by grace alone through faith alone. Those who are clothed in the perfect righteousness of God are welcome in the presence of God. No Christian needs a pontiff, meaning a bridge builder, because Jesus Christ alone is the way to the Father. The difference between sacerdotalism and Reformation theology is seen when we ask the question "What must I do to be saved?” The Roman Catholic church would answer, "Look to the priesthood and the church.” But the Bible says: "Believe in the Lord Jesus, and you will be saved” (Acts 16:31).
John Calvin wrote, "Christ … once for all offered a sacrifice of eternal expiation and reconciliation; now, having also entered the sanctuary of heaven, he intercedes for us. In him we are all priests (Rev. 1:6; cf. 1 Peter 2:9), but to offer praises and thanksgiving, in short, to offer ourselves and ours to God. It was his office alone to appease God and atone for sins by his offering.” 5
The sacrificial death of Jesus Christ annulled the Aaronic priesthood, as we read in the Epistle to the Hebrews. There is no need to continue offering up literal expiatory sacrifices. As the perfect Son of God and High Priest, Jesus established a new covenant (Heb. 9:15-22) with better promises (Heb. 8:6) when he offered himself (Heb. 7:27) as the perfect victim once for all (Heb. 7:27) as our substitute (Heb. 7:27) and ransom (Heb. 9:15). By his death he took away our sins (Heb. 9:28), made us perfect (Heb. 10:14), obtained for us eternal redemption (Heb. 9:12), opened a new and living way in and through him to God’s throne of grace, and sat down at the right hand of God (Heb. 10:12). He now invites every believer with a clean conscience (Heb. 9:14) to enter the Most Holy Place by the blood of Jesus (Heb. 10:19) to offer continually spiritual sacrifices (Heb. 13:15, 16) as priests in Christ.
The Ninety-Five Theses were aimed at the very destruction of the Roman Catholic priesthood which stood between believers and their God. Of this priesthood Calvin wrote, "It is a most wicked infamy and unbearable blasphemy, both against Christ and against the sacrifice which he made for us through his death on the cross, for anyone to suppose that by repeating the oblation he obtains pardon for sins, appeases God, and acquires righteousness.”6 Calvin recognized that in Christ’s priestly role every believer in Christ is received by the Father as his companion in this great office (Rev. 1:6). "For we who are defiled in ourselves, yet are priests in him, offer ourselves and our all to God, and freely enter the heavenly sanctuary that the sacrifices of prayers and praise that we bring may be acceptable and sweet-smelling before God.” 7
In our one mediator between God and man, the man Christ Jesus, Christians come immediately and directly to God. They have no further need for any fallible human priest, whether Roman Catholic or evangelical. In Christ they are set free from all slavery and granted the dignity of a royal priesthood. As God’s elect, believers have been given new birth into a living hope by the resurrection of Jesus Christ (1 Pet. 1:3, 23). As living stones who trust in the living foundation stone, Jesus Christ, they are built into a new spiritual temple.
Believers are a holy priesthood who offer spiritual sacrifices as priests (1 Pet. 2:5). They are a royal priesthood (1 Pet. 2:9) and sons of God (1 Pet. 1:3, 23; Gal. 3:26) through faith in Christ Jesus. They are all kings, priests, and prophets in Christ (1 Pet. 2:9). There is no difference among believers, as Paul writes, "There is neither Jew nor Greek, slave nor free, male nor female, for you are all one in Christ Jesus. If you belong to Christ, then you are Abraham’s seed, and heirs according to the promise.” (Gal. 3:28-29).
The sacrifice of Jesus the High Priest has resulted in the forgiveness of all our sins and in the imputation to us of God’s perfect righteousness. Arrayed in the robe of Christ’s righteousness, every believer-priest comes to God (Heb. 12:22,23) together with others to offer, not expiatory, literal, bloody sacrifices, but various spiritual sacrifices. As Calvin said, "[Christ] is our Pontiff … [and] the altar upon which we lay our gifts.” 8 He alone is Pontifex Maximus. He alone is Mediator (1 Tim. 2:5). He alone is the Head of the church (Col. 1:18). He alone is God (Col. 2:9). He alone is King (Eph. 1:22,23).

The Establishment of Sacerdotalism

The biblical doctrine of the priesthood of all believers is found throughout the Scriptures (Ex. 19:6; Hos. 14:2; Ps. 50:23; Ps. 51:17-19; Ps. 141:2; 1 Pet. 2:5-9; Heb. 13:10-16) and was practiced in the early church. As Dr. R. Laird Harris writes, "First century Christianity had no priests. The New Testament nowhere uses the word to describe a leader in Christian service. "9 But this glorious doctrine was gradually replaced by sacerdotalism beginning in the third century, especially by Cyprian (d. 258), Bishop of Carthage. Cyprian treated "all the passages in the Old Testament which refer to the privileges, the sanctions, the duties, and the responsibilities of the Aaronic priesthood, as applying to the officers of the Christian Church.”10 He completely failed to grasp the central thesis of the Epistle to the Hebrews. He was blind to the fact that "the only High Priest under the Gospel recognized by the apostolic writings, is our Lord Himself”11 and not a solitary bishop of the church.
Roman Catholic theologians justified sacerdotalism by saying that Jesus gave the keys of the kingdom to Peter, the rock upon whom Jesus would build his church. Peter was the first pope of Rome, and so the pope of Rome by succession has the power of the keys of the kingdom to bind and loose, damn and save. Salvation is deposited in the Roman priesthood and dispensed through the sacraments. The sacraments are effectual ex opere operato , meaning the subjective condition of the priest or the recipient does not matter. The Church teaches that there is no salvation outside of the priesthood’s mediatorial function, and no person by grace alone through faith in Jesus Christ may approach the Father with confidence!

What Does the Bible Teach?

The New Testament clearly teaches that the church is not built upon Peter but upon the foundation of Jesus Christ. As a living stone, Peter, along with others, came to Jesus Christ, the living foundation stone, to be built into a new spiritual temple (1 Pet. 2:6-8). Peter certainly did not interpret Jesus’ words in Matthew 16 to mean that Jesus was building his church upon Peter. Had he thought that, he certainly would have said so in his first epistle. What he did write was that Jesus is the stone as well as the foundation rock, the petra (1 Pet. 2:8; Matt. 16:18; Acts 4:11), and later he referred to himself as a fellow elder (1 Pet. 5:1-3), not a pope. I am sure Peter also realized that when Jesus spoke about the keys, he meant he was giving them to all the apostles, not just to Peter (Matt. 16:18; 18:18).
Paul also understood that Jesus was the foundation rock of the church (1 Cor. 10:4; 3:11; Eph. 2:20). Jesus identified himself as that rock (Matt. 16:18; 21:42). Did any apostle ever teach that "the life of the soul was created, nourished, perfected through sacramental grace of which the priest was the sole purveyor… [and] the keys of heaven and hell were on the girdle of the priest”? 12 No. The ministry of the apostles was to preach the gospel requiring sinners to repent and believe on the Lord Jesus Christ alone for salvation.
A Christian looks to Jesus alone as a priest. Roman Catholicism teaches that "the Roman priests are mediators, because … the sinner cannot for himself draw near to God through Christ and obtain pardon and grace, but can secure those blessings only through their interventions.” 13 But the Reformation destroyed these pretensions of priesthood and liberated believers from the tyranny and insecurity of the Roman Catholic concept of salvation.

Every Believer Serves

As a priest every Christian has something to offer to God. In his commentary on Hebrews, F. F. Bruce says, "Christianity is sacrificial through and through; it is founded on the one self-offering of Christ, and the offering of His people’s praise and property, of their service and their lives, is caught up into the perfection of His acceptable sacrifice, and is accepted in Him.” 14
Ministers of the gospel are God’s gifts to the church. They are not to dominate the people of God (1 Pet. 5:3) but to equip them through the preaching of the gospel "for works of service…” (Eph. 4:11, 12). To Luther, all clergy were ministers and servants of God’s people. To him, a bishop or a priest who did not preach the gospel was "a plague of the Church … a wolf in sheep’s clothing.” 15
To each believer grace is given for service to God. "We have different gifts, according to the grace given us. If a man’s gift is prophesying, let him use it in proportion to his faith” (Rom. 12:6). "Now to each one the manifestation of the Spirit is given for the common good” (1 Cor. 12:7). "But to each one of us grace has been given as Christ apportioned it” (Eph. 4:7). "Each one should use whatever gift he has received to serve others, faithfully administering God’s grace in its various forms” (1 Pet. 4:10).
The ministry of the church is not a one-man ministry. Everyone is given grace, everyone is a priest, and everyone must serve God as a priest together with all others. A New Testament congregation is like an orchestra in which all participate in the service of God decently and in order. Yet in most evangelical churches there is confusion and believers are not encouraged to exercise their spiritual gifts for the building up of the church. In many churches, the majority of members function merely as spectators.

Practical Application

At Grace Valley Christian Center the elders prepare the people of God for various kinds of ministry. Ours is a Reformed church which believes in all the "solas”: sola scriptura, solus Christus, sola gratia, sola fide, soli Deo gloria. We also agree completely with Rousas J. Rushdoony’s statement: "The purpose of the church should not be to bring men into subjection to the church, but rather to train them into a royal priesthood capable of bringing the world into subjection to Christ the King… . The church has by and large paid lip service to the priesthood of all believers, because its hierarchy has distrusted the implications of the doctrine, and because it has seen the church as an end in itself, not as an instrument.”16
We believe that Reformed churches should promote an "every believer” ministry based on the measure of the gifts of grace granted to every child of God (Eph. 4:7). The weakness of modern churches can be attributed in great measure to their not paying proper attention to this Reformed doctrine. It is high time that we preached this doctrine and released the spiritual energies of God’s people in greater spiritual productivity for the glory of God. We must not only believe orthodox doctrines but also practice them as the Puritans did.
Our church has no clergy-laity distinction. All are priests of God, and almost everyone engages in some aspect of the work of the church without pay. Recently I observed one of our members, a university professor, working at the church. What was this learned man doing? Washing windows with great joy. There is such love for God here that members sacrificially lay down their lives for others. They do so spontaneously, not out of compulsion, and thus daily practice the doctrine of the priesthood of all believers.
I must caution that this doctrine should not be practiced in an independent and undisciplined way. The priesthood of all believers should be exercised in relationship within a church, for the benefit of its members, and through that church for the benefit of the world outside.

What Are Our Sacrifices?

As priests, New Testament believers offer spiritual sacrifices to God through Jesus, their High Priest. What are some of these sacrifices?
Self-consecration (Rom. 12:1ff; 6:13; 2 Cor. 8:5; Ps. 51:17). We are not our own! Therefore we offer ourselves for the service of God in complete surrender of body and soul. "The sacrifices of God are a broken spirit; a broken and contrite heart, O God, you will not despise” (Ps. 51:17). We are to think God’s thoughts, do God’s will, and feel the way God wants us to feel.
Complete obedience (Ps. 40:6-8; 1 Sam. 15:22). The modern evangelical heresy that says one can be a Christian by receiving Jesus as Savior but not as Lord is incompatible with the doctrine of the priesthood of all believers. Obedience to Jesus is the proof of our salvation and the key to our assurance. Obedience proves our love to God. Jesus said, "If you love me, you will obey what I command” (John 14:15). We read of this sacrifice of obedience in Psalm 40:6-8, "Sacrifice and offering you did not desire, but my ears you have pierced; burnt offerings and sin offerings you did not require. Then I said, ‘Here I am, I have come—it is written about me in the scroll. I desire to do your will, O my God; your law is within my heart,’” and 1 Samuel 15:22, "… Does the Lord delight in burnt offerings and sacrifices as much as in obeying the voice of the Lord? To obey is better than sacrifice, and to heed is better than the fat of rams.” Jonathan Edwards wrote, "Christians, by offering obedience to God in their lives and conversation, do what the apostle calls offering their bodies to be a living sacrifice…”17
Praise (Heb. 13:15; Hosea 14:2; Ps. 107:22). We are to praise God continually for our salvation in Jesus Christ. We do so by singing biblical hymns, confessing our sins, and testifying to the glory of God.
Prayer (Ps. 141:2). As priests we offer to God our prayers like incense that they may be acceptable to him.
Possessions (Heb. 13:16; 6:10; 2 Cor. 9:13; Matt. 25:37-40; Gal. 6:10). Those who offer sacrifices of praise to God in words must also share their material goods with the needy, especially those of the household of faith. Without material sacrifice mere praise is phony (see Acts 4:32-37). Hebrews 13:16 says, "Do not forget to do good and to share with others, for with such sacrifices God is pleased.” Sacrifice must be in deed as well as word.
Ministerial and missionary support (Phil. 4:14-19). The Philippian church shared their material goods with their minister and missionary, Paul. Their gifts were "a fragrant offering [to God], an acceptable sacrifice, pleasing to God.” If Christians are faithful in this sacrificial service, ministers will be well supported and missionary enterprise will flourish.
Witnessing (1 Pet. 2:9; Is. 43:21). We are a royal priesthood with a purpose: to declare the praises of him who called us out of the darkness of paganism into the wonderful light of the gospel. As the light of the world, we are to declare the gospel of God not only in the church but to the world.
Family life (Deut. 6:4-9). We are to function as priests of the Lord in our homes by teaching God’s law and requiring obedience to it. If we do not neglect the family altar, our churches will be healthy.
Work (1 Cor. 10:31; Col. 3:23-24). As priests we do everything to the glory of God. There is no bifurcation between worship and vocation. Luther said "if a person was justified by faith in Christ, then … any work was God’s work, whether it was ploughing the field, milling the corn, sweeping the house, or bringing up children.”18 We must labor to please a higher authority than our immediate boss. Practice of this aspect of the priesthood of all believers inevitably results in excellence at work, greater productivity and increased financial freedom.
Death (2 Tim. 4:6; Phil. 2:17). We live and die as priests of the Lord. May we die praying, "Lord Jesus, receive my spirit!”
How can we offer these sacrifices? In the power of the Holy Spirit (Eph. 3:7, 20; Phil. 4:13; Col. 1:29). His mighty, powerful energy works in us and enables us to serve God acceptably. How do we appropriate his power? By faith. In the context of self-negation and complete reliance on another, God’s power is released for our use to live all of our lives, in every area, as royal priests before God.

Summary

In Christ every Christian is a son of God. Clothed in Christ’s righteousness, a Christian comes to God the Father directly. As a royal priest, he serves God in gratitude for his salvation all his life. He is anointed by the Holy Spirit, and in the Anointed One, he functions as prophet, priest and king. A Christian is free from the tyranny and yoke of popes and mediating priests. He recognizes Jesus Christ alone as his Mediator and High Priest whose sacrifice alone has ushered him into God’s presence. Sacrificial service to God results from enlightenment from the Scripture and is empowered by the Holy Spirit and performed in relation to Christ’s church. Such is the great ministry of every believer. As a royal priesthood, then, may we live and die in the presence of God (coram Deo)!
1. Benjamin Breckinridge Warfield, Studies in Theology, Vol. 9 (Grand Rapids: Baker Book House, 1981), 485.
2. Ibid., 487-8.
3. Luther’s Primary Works , ed. Henry Wace and C. A. Bucheim (London: Hodder and Stoughton, 1896), 399.
4. Ibid., 401.
5. Calvin: Institutes of the Christian Religion, Vol. 2, ed. John T. McNeill, trans. and index. Ford Lewis Battles (Philadelphia: The Westminster Press, 1960), 1476.
6. Ibid., 1442.
7. Calvin: Institutes of the Christian Religion , Vol. 1, ed. John T. McNeill, trans. and index. Ford Lewis Battles (Philadelphia: The Westminster Press, 1960), 502.
8. Calvin: Institutes of the Christian Religion , Vol. 2, ed. John T. McNeill, trans. and index. Ford Lewis Battles (Philadelphia: The Westminster Press, 1960), 1445.
9. Loraine Boettner, Roman Catholicism (Phillipsburg, NJ: The Presbyterian and Reformed Publishing Company, 1962), 50.
10. J. B. Lightfoot, St. Paul’s Epistle to the Philippians (Lynn, Mass.: Hendrickson, 1981), 258.
11. Ibid., 263-4.
12. James Atkinson in Service in Christ , ed. James I. McCord and T.H.L. Parker (Grand Rapids: Eerdmans, 1966), 82.
13. Charles Hodge, Systematic Theology , Vol. 2 (London: James Clarke & Co., Ltd., 1960), 467.
14. F. F. Bruce, The Epistle to the Hebrews , The New International Commentary on the New Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 1964), 407.
15. James Atkinson in Service in Christ , ed. James I. McCord and T.H.L. Parker (Grand Rapids: Eerdmans, 1966), 83.
16. Rousas John Rushdoony, The Institutes of Biblical Law (Phillipsburg, NJ: The Presbyterian and Reformed Publishing Company, 1977), 764.
17. Jonathan Edwards, The Works of Jonathan Edwards , Vol. 2 (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1986), 943.
18. James Atkinson in Service in Christ , ed. James I. McCord and T.H.L. Parker (Grand Rapids: Eerdmans, 1966), 84.
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